00:49 by gustaph
¡Mi General, cuánto valés!
Gustaph saluda a toda su clientela en este día de la Lealtad Peronista, deseándoles que este nuevo 17 de octubre los encuentre a todos trabajando y unidos a un gremio, combatiendo a los oligarcas, a los cipayos y a los vendepatrias! ¡Qué el brazo fuerte del General y la mano cálida y firme de la Señora los guíe en estos tiempos de panqueques y arrebatos, y qué la dignidad entre a vuestras casas de la mano del trabajo!
PERÓN CUMPLE! EVITA DIGNIFICA!
Qué bueno que la versión estadounidense de Sailor Moon nunca se llevó a cabo.
¿Vieron que había una chica en silla de ruedas? Demasiado políticamente correcto para mí.
00:43 by gustaph
scary monsters and super creeps
El sábado caminaba por Avda. Santa Fe en un ataque de encontrar zapatillas que me gusten, una de las tareas más difíciles del mundo para mí. Al pasar por una vidriera, vi a una chica de mi trabajo, que miraba interesada los productos allí exhibidos. Entonces pensé: "La voy a saludar".
Me acerqué y toqué su hombro, esperando un, al menos alegre, "¡Hola!". Cuando se dio vuelta, ya no era quien yo creía que era y se convirtió en una total desconocida. Me disculpe con un tono de "¡Todo bien!" y continué caminando como si nada, tratando de alejar cualquier jirón de vergüenza de mi lenguaje corporal, pensando en lo estúpido que me debo haber visto.
El lunes bajando la escalera de la universidad, del primer piso a la planta baja para tomarme un ascensor que sí funcionara, me crucé con una amiga, recientemente teñida de rubio y con un pelo genial, que iba de subida. Noté primero que llevaba un saco nuevo, lo que me extrañó. Después me percaté de que no me había visto, lo cual no me sorprendió, pues es algo que puede suceder.
Decidí llamar su atención para que venga en el ascensor conmigo, y con ella ya dos o tres escalones más arriba que yo, sólo me quedó tocarle el brazo para hacerla reaccionar. Cuando se dio vuelta, ya no era quien yo creía que era y se convirtió en una total desconocida, que jamás había visto en la facultad. Con cara de "¿Qué querés, violador? Te voy a denunciar" me miró brevemente y luego siguíó su camino. Apenas pude disculparme y seguí bajando la escalara, mientras pensaba en lo extraño que era que esto me estuviese sucediendo de nuevo y ya no era vergüenza lo que sentía, sino el horror de creerme en una pesadilla.
He decidido que no voy a saludar a nadie más, en ningún lado, a menos que tenga total confirmación visual y sonora de que es la persona que es. Me disculpo de antemando, con todos aquellos conocidos con los que me encuentro a diario cuando recorro las calles de Buenos Aires.